El Parador de Zamora es de esos paradores monumentales que tanto gustan a los amantes de estos alojamientos en lugares históricos.
El Duero pasa a sus pies y su emplazamiento en la plaza de Viriato, en pleno centro histórico de la ciudad, no puede ser mejor.
El pasado mes de diciembre de 2016 nos alojamos en una de sus habitaciones tras una visita a Toro en un día de intensa niebla. Aquí os dejo mis impresiones sobre este singular Parador.
Llegamos a media tarde y aún no se había hecho de noche. Mucho mejor, ya que se encuentra en una zona de no muy fácil acceso, y tuvimos nuestras dudas antes de seguir las indicaciones, pensábamos que por aquella estrecha puerta de la muralla no íbamos a poder pasar.
Finalmente aparcamos en una plazuela no muy lejana y tras registrarnos en el Parador acercamos el coche a una plaza contigua donde se encuentra la biblioteca y se puede aparcar sin problemas (aunque pagando zona azul).
La recepcionista que nos atendió fue extremadamente amable y nos dio estupendas indicaciones sobre lo que podríamos visitar o no ese día y al siguiente. Como eran los días de Navidad las iglesias románicas del centro estaban cerradas fuera del horario de misa y solamente se mantenía abierta la Catedral para el visitante.
Habíamos reservado una habitación superior con la cena y el desayuno incluidos, con una tarifa de Amigos de Paradores bastante buena. Para llegar a nuestro cuarto teníamos que andar bastante desde recepción ya que se situaba en la parte más moderna del palacio, pero no era inconveniente, así nos íbamos fijando en todos los detalles del lugar.
La habitación era realmente amplia, con un salón, dormitorio y baño, además de una entrada que distribuía los espacios. Los suelos de madera crujían un poco al andar pero le daban calidez a la estancia en un día realmente frío. La cama era muy amplia y cómoda, los muebles de estilo castellano algo añejos para mi gusto pero en consonancia con el lugar.
Los sofás del salón también podían estar algo más mullidos, pero como tampoco estuvimos demasiado tiempo allí no fue un inconveniente. El baño era grande, de mármol y con variedad de productos de acogida, como siempre en Paradores.
Sin embargo, lo mejor de alojarse en este Parador es gozar de uno de los edificios más bellos de Zamora. Aquí estuvo la morada del conde de Alba y Aliste, sin embargo durante la revuelta de los Comuneros el edificio fue destruido y se reconstruyó con estilo renacentista.
Su exterior de dos plantas es sobrio y de corte militar con escasa decoración de estilo gótico. El interior, sin embargo, brilla con luz propia por el magnífico claustro renacentista que alberga. Es el único palacio de esta época, siglo XVI, que queda en Zamora.
El claustro, con los medallones entre los arcos, sus líneas sosegadas y puras y su iluminación al caer la tarde es el rey del edificio. Los veinte medallones representan las efigies de grandes guerreros de la Antigüedad y de España. Guerreros en los que mirarse la familia Enríquez, propietaria del palacio y de estirpe guerrera.
La escalera majestuosa que sube en torno a una armadura ecuestre es otro elemento arquitectónico decorativo de la época renacentista que también perdura en el edificio.
Tras pasear por la bonita Zamora esa noche cenamos opíparamente en el restaurante del Parador. Mi marido cenó de menú varios platos contundentes y apropiados para los fríos de invierno, yo tomé pescado al estilo sanabrés y unos entrantes. Todo realmente rico.
La mañana siguiente, con la niebla levantada, nos regaló desde la ventana de nuestra habitación una bonita vista del Duero y las casas ribereñas. ¡Da gusto despertar así!
Lo mejor del Parador de Zamora: su localización, su emplazamiento en un palacio renacentista único y su calidez.
Lo peor del Parador de Zamora: la algo anticuada decoración.
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