Gracias a los puntos acumulados de paradores, la noche nos salió gratis y como no conocíamos Jávea, allí que nos fuimos. Tanto mi marido como yo habíamos estado hace muchos, muchos años, de pequeños, pero no recordábamos lo bonita que es esta zona de la costa alicantina.
El Parador de Jávea se sitúa en una curva de la carretera que une el pueblo con la zona de locales de ocio y zona de apartamentos más moderna. Por fuera, la verdad, es que no llama nada la atención ya que tiene el típico aspecto playero de edificio de los setenta.
Su localización en uno de los extremos de una bahía, que formando una península se adentra en el mar con su jardín tropical, es lo mejor.
El Canal de la Fontana pasa justo por delante de los jardines, separándolo de la Playa del Arenal, animado con el trasiego sosegado de las embarcaciones de recreo que van y vienen al puerto.
Las zonas comunes son sencillas y diáfanas. Tienen mucha luz natural y los tonos en los que están decoradas, cremas y azules, invitan al sosiego mientras que las grandes cristaleras llaman la atención hacia el jardín tropical, verdadero rey del Parador.
Las habitaciones asoman todas al mar y tienen terraza con mesa y sillas ideales para descansar y leer con el arrullo del mar cerca. Son amplias, también decoradas en tonos sosegados y quizás algo pasadas de moda en lo decorativo, con un toque ochentero y un poco desgastadas. Los baños, también grandes, adolecen de algún toque moderno y de más elementos de aseo. Lo mejor, sin duda, es la terraza que bien hacia un lado u otro de la pequeña península permite disfrutar del Mediterráneo.
Pero, sin duda, el rincón más disfrutón de este Parador, por lo que merece la pena acercarse a este hotel de mar, es sin duda por el jardín tropical que llega casi a tocar el mar.
Enormes palmeras, buganvillas y un césped de lo más cuidado por el que se reparten caminos de piedra, sombrillas con tumbonas y tiestos en maceta, lo convierten en un rincón único en el que además hay una estupenda piscina de temporada que no pudimos aprovechar, no ya por la temperatura ambiente, sino porque al estar ya en noviembre se había cerrado al público.
Hay que salir del Parador para disfrutar de la pequeña playa cercana, a tiro de piedra, pero separada por el Canal. Desde allí podremos contemplar la vista del edificio y además disfrutar de juegos infantiles en un parquecito habilitado y de un paseo marítimo con infinidad de restaurantes.
La hora del desayuno se hace eterna, para no querer moverse de la terraza que se abre al jardín y en la que gozaremos de nuevo de esos olores y vistas de verdes y azules de lo más relajantes.
Enormes palmeras, buganvillas y un césped de lo más cuidado por el que se reparten caminos de piedra, sombrillas con tumbonas y tiestos en maceta, lo convierten en un rincón único en el que además hay una estupenda piscina de temporada que no pudimos aprovechar, no ya por la temperatura ambiente, sino porque al estar ya en noviembre se había cerrado al público.
Hay que salir del Parador para disfrutar de la pequeña playa cercana, a tiro de piedra, pero separada por el Canal. Desde allí podremos contemplar la vista del edificio y además disfrutar de juegos infantiles en un parquecito habilitado y de un paseo marítimo con infinidad de restaurantes.
La hora del desayuno se hace eterna, para no querer moverse de la terraza que se abre al jardín y en la que gozaremos de nuevo de esos olores y vistas de verdes y azules de lo más relajantes.
Lo peor del Parador de Jávea: el desgaste que se nota en el interior, propio de los hoteles de playa.
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