Elegimos el hotel La Sobreísla casi de casualidad. Habíamos mirado entre los hoteles con encanto del Occidente asturiano y todos estaban llenos para esos días de agosto que pensábamos viajar allí. Y eso que nos encontrábamos en pleno confinamiento ya que era mayo de este extraño 2020.
Finalmente nos encontramos La Sobreísla mirando sobre el mapa y nos encantó su aspecto cuidado, su situación a pocos metros del mar y las buenas críticas que aparecían en la web. Hoy os cuento nuestra experiencia en este maravilloso rincón de Asturias.
Dormir en La Sobreísla, un cuidado hotel del Occidente de Asturias
"Tú, tú mismo y el entorno" es el lema de este alojamiento que abrió sus puertas hace poco más de un año en Puerto de Vega, un pueblo marinero situado en el concejo de Navia. Y realmente, este eslogan se hace realidad nada más pisar el hotel.
Llegamos procedentes de Gijón y tras pasar unas cuantas horas en Avilés con ganas de paisaje y mar. La Sobreísla se encuentra en Soirana, una aldea de Puerto de Vega por la que se pasa camino de la playa de Frejulfe; hay que estar atento para no saltársela y entrar por una de las estrechas calles y subiendo la cuesta llegar a La Sobreísla. En cuanto llevas unas horas ya que das cuenta de que el edificio del hotel se ve de lejos y sirve de perfecta referencia.
Tras dejar el coche en el pequeño parking ya sólo queda pasar a la recepción, desde la que se divisa el mar al fondo, como en cada rincón acristalado del hotel. La decoración de las zonas comunes combina la piedra con la madera y colores cálidos en los sofás y tapicería, dejando el protagonismo al paisaje que entra a raudales por puertas, ventanales y cristaleras del porche.
Ese hilo conductor continúa camino de las habitaciones; estas se reparten entre la planta baja y los dos pisos superiores. La nuestra estaba en la planta superior y daba hacia el mar. Como todas y cada una, tienen su historia en recuerdos viajeros que se han traído hasta este rincón de Asturias.
Un mapa con el lugar al que hace referencia la habitación está en la puerta de cada una de ellas. Así no te puedes perder; la nuestra se llamaba Bingin y buscaba el recuerdo de los acantilados de este lugar remoto en Bali.
Era amplia y se encontraba bajo el tejado abuhardillado de madera, con una ventana cenital sobre la cama, que se oscurecía perfectamente dejando apenas pasar un rayo de sol por la mañana. Sobre un pequeño estrado que nos servía para dejar maletas y bolsos había otra ventana, más grande, a la que asomarse y disfrutar de la vista inolvidable que nos hemos traído de La Sobreísla.
El confort estaba asegurado gracias a los suelos de madera, a la delicadeza de las telas, a la comodidad de la cama y a un baño, no muy grande pero con todo lo necesario y luz natural. El silencio a la hora de descansar era de esos que te dejan oír el canto de los pájaros o el rumor de la lluvia.
Ya la primera tarde salimos a disfrutar del mayor lujo en La Sobreísla: el atardecer infinito en el Cantábrico. De una belleza poco común y rememorando los días que pasamos en Cantabria hacía más de 10 años, también cerca de unos acantilados de impresión, hacía que casi cada día los huéspedes nos repartiéramos por las sillas y tumbonas del jardín (todos separados) para admirar ese espectáculo de la naturaleza del que nos privamos a diario viviendo en la ciudad.
Muchas tardes de esos días de Puerto de Vega volvíamos al hotel para disfrutar de ese momento, que venía marcado en una pequeña pizarra en el porche. Un auténtico placer, sencillo, único y capaz de relajar al huésped más estresado.
A la hora de la cena teníamos dos opciones: ir a Puerto de Vega (lo hacíamos andando por la acera que va en paralelo a la carretera en un paseo de unos 15 minutos), o hacerlo en La Sobreísla. Sirven cenas hasta las diez de la noche, cosas sencillas a base de embutidos, quesos o sandwiches. Nada complicado pero que sirve de sobra para acabar la jornada de manera ligera y sin salir de este remanso de paz.
Por la mañana el desayuno se sirve entre el pequeño comedor y el porche. Todo el mundo quiere estar en este último y como las habitaciones son pocas los empleados (de lo más agradables) están al quite para ofrecerte la mesa de tres que tienen preparada en esa esquina que saben tanto nos gusta.
Las medidas COVID hacen que tú elijas lo que quieras comer del pequeño bufet y ellas te lo sirvan: dulces caseros (moscovitas, casadielles, embutidos, quesos, tostadas, tortitas, mermeladas, huevos fritos etc. Un desayuno cuidado para comenzar el día como Asturias se merece.
Sea como sea no dejéis de recorrer la Senda Costera Naviega que pasa cerca del hotel y bordea acantilados, playas y bosques. Es un auténtico placer para los sentidos y se agradece rodearse de tanta naturaleza en estos tiempos especialmente.
Hay que ser muy valientes para embarcarse en un proyecto como el de un hotel rural, pero estoy segura que con el mimo y cuidado volcado en La Sobreísla ésta llegará a un muy buen puerto. Una gran opción si buscáis naturaleza, buena vida y relax.
Lo mejor de La Sobreísla: su localización y el estupendo ambiente conseguido en todo el hotel.
Lo peor de La Sobreísla: la verdad es que no le veo nada negativo. Me encantaría estar allí ahora mismo.
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